Silicon Valley, en California, es el centro
tecnológico por antonomasia; sin embargo, los hijos de sus empleados
estudian en los centros educativos Waldorf donde no se utiliza la
tecnología. Las tizas, la pizarra tradicional y los lápices y cuadernos
de toda la vida son las puntas de lanza del sistema educativo elegido
por los gurús de la tecnología; los dispositivos electrónicos, las
pizarras digitales y los ordenadores no tienen cabida.
Los
trabajadores de Silicon Valley eligen para sus hijos una educación que
se basa en la creatividad, las manualidades y la actividad física y no
en la tecnología. Es contradictorio que los empleados de las grandes
empresas tecnológicas desarrollen software de todo tipo, incluido
educativo, pero no lo quieran para la educación de sus hijos, que
deberán esperar hasta los 13 años para empezar a utilizar, y de forma
muy controlada, ordenadores. Los que más entienden de tecnología la
consideran perjudicial en las primeras etapas educativas.
La
virtud está, como siempre, en el término medio: lo tecnológico tiene
que convivir necesariamente con lo analógico; complementar de forma
eficiente las experiencias sensoriales que proporcionan ambas
posibilidades dará al niño la perspectiva necesaria para no caer en una
dependencia tecnológica que lo aleje de una evolución natural, donde las
experiencias vividas y compartidas que el niño necesita para su
maduración (la estimulación intelectual, artística, artesanal…) no estén
comprometidas.
Esta coexistencia hace inevitable el entendimiento
entre lo tecnológico y lo analógico; pero no es tan sencillo porque
muchos progenitores permiten que sus hijos pasen muchas horas delante
del ordenador, de la tablet o del teléfono móvil, cayendo en un bucle
peligroso que puede aislar al niño socialmente y hacerlo dependiente de
una realidad paralela. Dejar al niño a su libre albedrío para que
utilice la tecnología el tiempo que desee es también una forma de
apostatar de la obligación que tienen los padres de velar por el
bienestar de sus hijos; poniendo la excusa (de no tener tiempo) al nivel
del argumento para lavar su conciencia.
La educación tiene dos
actores principales: el profesor que enseña y el alumno que aprende, y
todo lo demás son aditivos que se han ido sumando a lo largo de tiempo y
que conforman una estructura compleja que puede enlentecer o
entorpecer, si no se dota al sistema de la organización necesaria, la
comunicación entre docente y discente. Por tanto, todo aquello que pueda
entorpecer el canal de comunicación, que pueda entumecer la
estimulación intelectual y artística o que pueda dificultar la necesaria
socialización del escolar, debe pasar una evaluación previa rigurosa
para establecer criterios claros y pedagógicamente sensatos para
introducirlo en el sistema y que encaje dentro del puzle organizativo
del hecho educativo.
Cuántas veces hemos visto ordenadores o
impresoras abandonados en un rincón del centro durante meses o, por el
contrario, para no defraudar a un país de extremos, todos enchufados y
utilizados porque sí, sin ningún tipo de planificación que realmente los
hiciera necesarios.
El intento de evidenciar los pros y los
contras de la tecnología en la educación quizá me convierta en un infiel
a los ojos de la inteligencia vaporosa del que transita por los
extremos con un funambulismo experto cuyo equilibrio no es más que el
reflejo de un espejismo singular. La efervescencia termina siempre por
desvanecerse; sin embargo las evidencias son perdurables y la
perspectiva del tiempo las señala, las entroniza, para evitar que
tropecemos dos veces en la misma piedra pese a la tendencia que tiene el
ser humano a repetir los errores y que forma parte de carácter
identitario.
Cuando un arquitecto diseña un edificio hay un
trabajo previo, un proyecto, donde se hacen los cálculos necesarios para
que la construcción no se desplome, es un proceso colaborativo que
empieza con el diseño y termina con la ejecución y entremedias existe el
peritaje que se cerciora de que todo va conforme a lo planificado. No
estaría mal que el sistema educativo participara de una estructura de
funcionamiento similar, porque la educación tiene mucho de construcción.
*Vicepresidente de PIDE.