El 16 de junio nos enteramos por la prensa, que a su vez se enteró por un decreto publicado en el DOE, que la Consejera de Educación y Empleo, ya exconsejera, dimitía a la francesa. Se fue sin despedirse, sin dar la cara, con destino a la Diputación de Cáceres en donde le han hecho un hueco para que ejerza su magisterio como diputada.
No hubiera estado mal haberse mantenido en el barco, como máxima responsable de la consejería, para planificar el curso próximo porque el cambio efectivo de ejecutivo, si finalmente se produce, va a llevar su tiempo y la organización del curso escolar no puede esperar. Los miembros de su propio equipo a los que ha abandonado, lo harán por ella.
No tengo nada en contra de Esther Gutiérrez; es más, espero que le vaya bien y haya aprendido de sus errores, que han sido abundantes, para convertirse en mejor gestora. Sin embargo, como Consejera de Educación sí que tengo mucho que reprocharle.
Al principio de su «pontificado» parecía que teníamos a una consejera que iba a luchar por la educación pública y sus docentes codo con codo con los sindicatos, pero solo fue un espejismo que se diluyó en apenas un suspiro. Lo que tardó en poner en práctica esa desenfrenada pasión por suprimir unidades públicas y cerrar centros públicos completos, mientras que mantenía indemnes los conciertos con centros privados. Los padres, madres, accionistas y profesores de los centros concertados le agradecieron el gesto de cerrar centros públicos en vez de quitar los conciertos incensarios, aunque el 28 de mayo votaran a un partido distinto al que ella representa.
El latir de su discurso se fue diluyendo hasta entrar en parada. Se negó, terca e ilegalmente, a negociar la carrera profesional docente desobedeciendo con ello un acuerdo de la Mesa General; simplemente porque a ella no le parecía bien. Rechazó, con su testarudez habitual, hablar de equiparar el sueldo de los docentes con otras comunidades y compensar así la pérdida del 20% de poder adquisitivo que sufrimos, aduciendo que no había dinero para acometer esa subida. Pero acto seguido negó cualquier mejora en la educación pública aunque no costara ni un euro, quedando en evidencia su discurso vacuo y su nula voluntad de mejorar las condiciones laborales de sus docentes. Así, por ejemplo, se opuso, con tozudez supina, a que el curso próximo los maestros tuvieran las 23 horas lectivas que recomienda la LOMLOE (en lugar de las 25 actuales) y a suprimir las tardes para que los docentes de infantil y primaria tuvieran una verdadera jornada continua. Dos medidas que hubieran supuesto mejoras en la conciliación de la vida laboral y familiar para los maestros y que hubieran agradecido en las urnas. Votos que se quedaron en casa por la desafección de los docentes con la Consejera de Educación y que hubieran sido determinantes en las pasadas elecciones de mayo. No reconocerá sus graves desaciertos, porque la soberbia que cincela su carácter mengua extraordinariamente la capacidad de discernimiento y de percepción de la realidad.
Los políticos que hacen políticas mediocres no solo perjudican a los ciudadanos, sino también a su propio partido que sufre un descrédito que no merece pero del que es corresponsable. Porque es reprochable mantener durante ochos años en su puesto a quien no sabe gestionar asuntos tan importantes como la educación. Los mismos años que nos costó tener una orden de permisos docentes actualizada. Lo que se pudo hacer en 3 meses, la señora dirigente lo dilató 8 años.
La exconsejera de educación ha demostrado carencias importantes a la hora de la negociación, ya sea por falta de preparación, por no entender que todas las partes negociadoras tienen que ceder para llegar a un punto de encuentro, por una deficiente planificación de las reuniones, por no saber buscar alternativas, por no justificar los planteamientos, por su actitud distante y soberbia contra los representantes sindicales y las necesidades de sus docentes, etc.
Groucho Marx decía con la sátira que le caracterizaba: “Nunca olvido una cara, pero en su caso haré una excepción”. Hago mía, con respecto a la exconsejera, dicha reflexión. Además, remedando a Neruda diré, para terminar, que estos dolores son últimos que ella nos causa, y estas líneas son las últimas que yo le escribo.