sábado, 19 de noviembre de 2016

"El negacionismo aplicado a los deberes" por Alfredo Aranda (vicepresidente del Sindicato PIDE). Publicado en eldiario.es

    En este diario se publicó un artículo de Víctor Bermúdez Torres el día 12 de noviembre de 2016, titulado «Más sobre la huelga de deberes», donde se alineaba a favor de la huelga de deberes convocada por la CEAPA para los fines de semana de noviembre y que, además, aprovechaba para desacreditar a todos los que creemos que las tareas escolares de calidad y adaptadas a la edad del niño son buenas.

    En primer lugar centró su objetivo en una madre, Nuria Pérez, que se opuso a la huelga de deberes en una carta que se hizo viral hace algunos días. En dicha misiva cuestionaba la huelga porque, según consideraba, desacreditaba a los docentes. Esta madre en su carta hablaba del diálogo, de la autonomía y de la responsabilidad que genera una educación bien entendida, del respeto necesario a los docentes, de su labor como madre acudiendo a las tutorías cuando algo le parece mal en vez de montar una huelga.

   Para Bermúdez la sensatez que esgrime esta madre en su carta, está basada en argumentos baldíos. Además considera que la huelga no supone ningún descrédito para los docentes y no entiende por qué no puede una madre disentir de un profesor delante de sus hijos.

    Es sabido que cuando los docentes y los padres están «a partir un piñón» el hecho educativo es mucho más efectivo. Cuando un niño ve que su profesor y sus padres están de acuerdo no hay lugar para los malos entendidos. Cuando no es así, y los padres no respetan al docente, el alumno tenderá a no respetarlo, porque el respeto se aprende en el seno familiar.

    Bermúdez en su artículo también hace alusión al «sindicato más pujante en la región», refiriéndose a PIDE, e intentando desacreditar los argumentos que el que suscribe estas líneas escribió en un artículo titulado «No lo llames deberes, llámalo tareas» que se publicó el día 3 de noviembre de 2016 en el diario Hoy.

    El profesor Bermúdez considera que el hábito de estudio no tiene por qué desarrollarse en casa. Prosigue argumentando que los países con más puntuación en PISA imponen pocos deberes a los niños.

    Parece desconocer que en el entorno europeo sí se mandan, y con normalidad, deberes para casa. En Francia, por ejemplo, se llevó a cabo hace algún tiempo la llamada «huelga de lápices caídos», pero la iniciativa quedo en nada y siguen existiendo deberes en casa, alrededor de 4 horas y media por semana. En Bélgica establecen 5 horas  y media para los deberes escolares. En Finlandia se dedican 2 horas y media a la semana y además los padres realizan labores de apoyo a los niños con lectura en casa y ayuda al estudio. En Alemania dedican a los deberes algo más de 4 horas a la semana. La media según la OCDE es de 4 horas a la semana de deberes, cuando en España es de algo más de 6 horas.

    Si la media de la OCDE es inferior a la media española, adaptémonos a la media. En el término medio está la virtud. Pretender quitar los deberes de un plumazo es una temeridad, que no traería nada bueno para el futuro de nuestros alumnos.

    Desde que el niño es muy pequeño aprende hábitos que le serán imprescindibles para su vida futura: ponerse los zapatos, abrocharse los cordones, comer solo, mantenerse sentado en la silla, lavarse y secarse las manos, utilizar la cisterna después de ir a váter, recoger sus juguetes, dormirse solo, tener un horario de descanso estable y un largo etcétera. Todos estos hábitos darán al niño autonomía y seguridad y, por extensión, autoestima.

    Cuando el niño va creciendo se suman nuevos hábitos a su necesaria formación como persona que progresa y que avanza hacia la consecución de mayores cotas de autonomía. Uno de esos nuevos hábitos cuando el niño entra en primaria es la realización de tareas de responsabilidad, una de ellas es el estudio. El hábito de estudio utilizado convenientemente, adaptado a la edad del niño para que no suponga agobio alguno para el discente es una potente herramienta para asentar conocimientos. Racionalizando el tiempo de estudio el niño puede disponer de otros tiempos para hacer actividades no escolares. Esta reflexión es considerada por el Sr. Bermúdez un modelo de pedagogía rancia y basada en argumentos vacíos, parece que lo moderno, para determinados posicionamientos pedagógicos, es que el niño crezca sin ninguna responsabilidad con respecto a sus tareas escolares.

    El niño necesita tiempo para jugar con otros niños, tiempo para estar con la familia y tiempo para realizar actividades extraescolares, lo que no está reñido con los deberes. ¿Puede un niño de 10 años dedicar 30 minutos de deberes al día? ¿Dedicando ese tiempo de estudio le queda tarde para jugar con los amigos, estar con la familia o ir a clases de teatro? La respuesta es obvia. Creo firmemente que ese es el debate real, el otro es ideológico.

    Según Víctor Bermúdez la objeción a los deberes no es porque no tengan tiempo para hacerlos, sino porque son un error, son poco efectivos y ocupan el tiempo de ocio familiar.

    Considerar un error los deberes escolares es el error. La experiencia, el conocimiento de cualquier materia, se adquiere por la vivencia de la experiencia misma y los deberes ayudan a asentar la experiencia y el conocimiento, son un complemento de mucho valor. Otra cosa, en la que estoy plenamente de acuerdo, es que un exceso de deberes puede ser contraproducente.

    Inger Enkvist, insigne pedagoga Sueca experta en enseñanza de lenguas y sistemas educativos comparados, en una entrevista en el programa “La ventana” de la Cadena Ser, dijo el pasado 15 de noviembre de 2016 que es un disparate quitar las tareas escolares, aclaraba, además, que ningún país con alto nivel educativo prescinde de los deberes, y añadía que los mejores son los que suponen un repaso de lo visto en clase. Destacaba de Finlandia no sólo la calidad de los deberes, sino también el respeto que los padres, los alumnos y el Estado tienen a los profesores.

    En cuanto a si los alumnos deben hacer solos o no sus tareas, el Sr. Bermúdez hace suyo el argumento de la CEAPA sobre los entornos favorables y desfavorables y su influencia a la hora de que los niños estén más o menos motivados.

    No se puede negar que haya entornos más favorables que otros y que, por tanto, la desigualdad en este aspecto también sea un hándicap para muchos alumnos. Lo que no es óbice para arremeter contra las tareas en casa, pues hasta en los entornos más desfavorecidos los deberes pueden ser un valor que compense muchas de las carencias que ciertos ambientes pueden provocar.

    Es recomendable conocer la conclusión del informe PISA con respecto a los deberes. Según dicho informe hay que evitar que los deberes aumenten las desigualdades socioeconómicas buscando fórmulas para animar a los alumnos desfavorecidos a realizar las tareas, pero quedaba claro que los deberes son una oportunidad más de aprendizaje que debemos ofrecerle al alumno.

    Para concluir reivindico el revisionismo sensato de todo lo referente a la educación, frente al negacionismo de aquellos que elevan a la categoría de verdad absoluta sus posicionamientos ideológicos, por mucho que los quieran enmascarar tras la pátina de una supuesta pedagogía moderna.

jueves, 17 de noviembre de 2016

"Hartos de Finlandia" por José Antonio Molero Cañamero (Delegado del Sindicato Pide). Publicado en el Diario Hoy

     Ya lo decía Cervantes «Las comparaciones (.) son siempre odiosas y mal recibidas», y aún más cuando se hacen desde la demagogia y el oportunismo político. Aparte de eso, son perjudiciales. Aunque por otro lado puedo llegar a entender que sean inevitables y en ocasiones necesarias. El continuo estado de comparación al que se somete el sistema educativo español frente al finlandés ha llegado a una situación tan ridícula como absurda. Su uso constante no deja de sonar como un recurso fácil y manipulativo, utilizado como punta de lanza por los grandes desconocedores de la realidad educativa española. ¿Qué tendrá que ver nuestra forma de vida con la finlandesa?
¿Realmente necesitamos mirar a Finlandia para resolver nuestros problemas? ¿Acaso la solución de nuestros problemas se encuentra en manos de los finlandeses? Dudar de nuestra capacidad es un insulto a nuestra inteligencia. ¿Acaso no hay, ni ha habido, grandes pedagogos en España? ¿Acaso no hay gente que no deja de aportar ideas y proponer soluciones? ¡Mirémonos a nosotros mismos y busquémoslas!
      En Finlandia tampoco lo hacen del todo bien, o por lo menos hay datos que chirrían. Sí, según las estadísticas es uno de los países donde reina la felicidad, pero su alta tasa de suicidio, su alta tasa de alcoholismo, su alta tasa de violencia de género, de acoso escolar. (todas ellas superiores a las españolas) no son acordes a su espléndida educación.
     No dudo que el sistema educativo finlandés sea uno de los mejores, pero hay que ir más allá de las comparaciones. Se le debe considerar como un referente más del sistema educativo mundial pero sin dejar de olvidar que sus estadísticas son erróneamente utilizadas en un nivel educativo cuando en realidad pertenecen al nivel instructivo.
     Al leer sobre las bondades del sistema educativo finlandés comparado con el nuestro, me surgen cientos de dudas y lo peor de todo es que muchas de ellas ni siquiera se ponen encima de la mesa para debatirlas: ¿Cuál es el número de alumnos por aula? ¿Cuántas horas diarias duerme un niño? ¿A qué dedican su tiempo libre? ¿Disponen los alumnos de los materiales que necesitan? ¿Quién los paga? ¿Qué implicación tienen los padres? ¿Cuál es su nivel cultural? ¿Realizan los profesores trabajo burocrático? ¿Qué estabilidad laboral tiene el profesorado? ¿Se le permite conciliar su vida laboral y familiar? ¿Qué porcentaje de niños acude al colegio sin apenas desayunar? Y más aún ¿Por qué en esas comparaciones no se habla de los derroches económicos como el de la educación concertada? ¡Qué miren en Finlandia el porcentaje de conciertos educativos! ¿O la paranoia plurilingüística? ¿Por qué nadie habla de un gasto innecesario en religión, de un acuerdo caduco que lastra nuestra escuela supuestamente laica? ¿Cuántas leyes de educación han existido en los últimos cincuenta años? ¿Qué nivel de politización tiene el sistema educativo?... Y todo eso y mucho más sin entrar en aspectos climatológicos.
     Encontrar las soluciones a nuestros males educativos raya la utopía, pero desde luego en Finlandia no están. Y si existen en algún sitio, están aquí. Hay que escuchar a los expertos, estudiar sus propuestas, hay que mirar a otros países líderes en educación, no sólo a los finlandeses. Debemos alejarnos de los pedagogos mediáticos con aspiraciones políticas que se inclinan por lo que el gobierno del momento quiere imponer. Hay que analizar las características internas del sistema, minimizar nuestras debilidades, potenciar nuestras fortalezas, prevenir nuestras amenazas y aprovechar nuestras oportunidades.
     Cuatro de los factores esenciales de la educación (alumnado, profesorado, padres y Estado) deben aceptar sus roles, evitar inmiscuirse uno en el otro, reconocer y respetar sus márgenes de actuación. Es penoso ver cómo el Estado no ceja en su empeño de manipular el sistema educativo, siendo este uno de nuestros mayores males. Es triste ver cómo parte de los padres fomentan campañas contra los criterios del profesorado. Es desesperante ver cómo parte del alumnado no acepta que estudiar significa un esfuerzo constante. Y es sorprendente ver cómo parte del profesorado pretende dedicarse a esto sin una formación adaptada a los tiempos.
    Los males de nuestro sistema son muchos, pero no me cabe la menor duda de que mirar tanto a este país, tomarlo como único modelo a seguir, no nos traerá la solución definitiva. Las comparaciones se hacen y se siguen haciendo constantemente, pero comparar la educación de países tan dispares en cultura, costumbres, clima, política, sociedad. no tiene, en mi humilde opinión, sentido alguno.

jueves, 3 de noviembre de 2016

"No lo llames deberes, llámalo tareas", por Alfredo Aranda (vicepresidente del Sindicato PIDE). Publicado en El Diario Hoy

Una vez más se vuelve a desempolvar el viejo debate sobre la conveniencia o no de mandar tareas escolares para que los alumnos hagan en casa. Una polémica cíclica e impostada que la misma asociación de siempre se encarga de poner en el candelero en determinados momentos, un debate artificial cuya intencionalidad no termino de entender. El desarrollo, entre otros, de hábitos de trabajo individual, de esfuerzo, de responsabilidad, de autonomía..., son objetivos que vertebran toda la legislación educativa y que están considerados por todos los expertos en educación como fundamento del éxito escolar. ¿Por qué, nuevamente, se pone en tela de juicio la idoneidad de crear hábitos de estudio en los alumnos? ¿A quién beneficia este debate?
Los deberes escolares además de suponer una práctica de los conocimientos impartidos en la escuela, tienen la misión trascendental de crear el hábito de estudio necesario para poder afrontar la creciente complejidad de los cursos superiores. Si el alumno no tiene esos hábitos adquiridos en primaria, cuando llegue a los cursos de secundaria estará en un serio aprieto para poder afrontar las necesidades de estudio.
Está claro que el niño debe conciliar la vida escolar con la familiar y lúdica, pero los vendedores de humo, esos que demonizan el hábito de trabajo, quieren ir más allá: que el niño de primaria no tenga tareas escolares. Muchos padres saturan a sus hijos con clases de kárate, danza, teatro, pintura o música; por cierto, que de esta última tendrán el instrumento elegido en casa para practicar lo que aprendan en el conservatorio o en la escuela de música. Los grupos pro-no-tareas parece que tienen poco que decir ante esta sobrecarga de actividades. Los docentes no se inmiscuyen en la decisión de los padres de cargar, más o menos, a sus hijos con actividades extraescolares, por tanto nadie, ni siquiera los padres, tiene por qué decir a los profesores cómo hacer su trabajo.
Es necesario para la evolución normal del niño que tenga tiempo para jugar y para socializarse, eso está fuera de toda duda, y que también pueda aprender música o teatro, aprendizajes que son muy apropiados para desarrollar el intelecto. Pero las tareas escolares adaptadas a la edad del niño deben tener su espacio en el tiempo del alumno, debe ser lo primero que se planifique.
Otro torpe argumento de los defensores de no crear hábitos de trabajo en el niño, es que hay padres que no pueden ayudar en las tareas escolares a sus hijos y otros sí, dependiendo de la disponibilidad de los padres o del nivel cultural que tengan. Los progenitores o tutores legales no necesitan saber nada de matemáticas o de geografía para establecer un horario de estudio a su hijo, además es un grave perjuicio que los padres hagan las tareas a sus vástagos; los deberes los ponen los docentes y son estos los que tienen que corregirlos y detectar las dificultades para darles solución.
Las asociaciones que defienden el «no a las tareas escolares», pocas afortunadamente, una si acaso, parece que están mal asesoradas, dado que es difícil llegar a entender la razón por la que pretenden poner palos en las ruedas al futuro de los alumnos, a su éxito escolar.
«Somos el resultado de lo que hacemos repetidamente. La excelencia entonces, no es un acto, sino un hábito», decía Aristóteles. La práctica en casa, el hábito de trabajo y la rutina de estudio sentarán las bases del éxito escolar. Y si estos pilares los regulamos de forma sensata para que el niño pueda tener su tiempo de esparcimiento familiar y de juegos con otros niños, tendremos la fórmula del éxito o, al menos, habremos puesto en liza todos los ingredientes para conseguirlo. Pretender lo contrario, que el niño no tenga ninguna responsabilidad con sus tareas escolares, que no adquiera hábitos de estudio o de trabajo y que se mueva a su libre albedrío, es la exacta fórmula del fracaso. Incomprensible es que ciertas asociaciones defiendan el modelo del fracaso frente al modelo del éxito.
El fracaso escolar es un lastre para cualquier sociedad por ser un factor que provoca exclusión social. Y lo estamos viendo ya en la sociedad, chicos y chicas que ni estudian ni trabajan en un porcentaje que es preocupante. La educación debe dar respuesta a esta realidad que amenaza con convertirse en un problema endémico. Las causas del fracaso pueden estar relacionadas con el propio alumno y su cese en el esfuerzo, con factores socioeconómicos o, incluso, con el propio sistema educativo, así como con todos estos motivos imbricados entre sí. Es evidente, por tanto, que la Administración debe dar una respuesta integral que tenga en cuenta todos los factores susceptibles de provocar el fracaso del alumno. Pero lo que queda claro es que el hábito de estudio, adaptado a la edad del alumno, es una de las estrategias necesarias para culminar con éxito el reto que, sin duda, supone adquirir cualquier título académico.