"La
caducidad programada "
13/11/2011 Alfredo Aranda Platero
13/11/2011 Alfredo Aranda Platero
“Poderoso caballero es don dinero", sentenciaría
el ínclito don Francisco de Quevedo, si levantara la cabeza,
al referirse a la obsolescencia programada. Todo se articula en
derredor de la economía. En esta jungla económica
se mueven, sin control, especuladores, oportunistas y lobbys de
distinto pelaje, que influyen en la toma de decisiones a nivel
político y económico, y no para favorecer al que
menos tiene, más todo lo contrario, porque es, precisamente,
exprimiendo al que menos tiene como hacen su agosto todos ellos.
En el hangar de una estación de bomberos (la número 6), de Livermore, ciudad situada en el condado de Alameda en California, una bombilla lleva funcionando, ininterrumpidamente, durante ciento diez años (desde 1901). Una bombilla de filamento, de las que se producen –o producían– en serie, aguanta encendida entre 30 y 80 días. Si comparamos ochenta días con ciento diez años, queda claro que el abuso de los fabricantes de bombillas ha sido (es) de proporciones colosales. Podemos encontrar otros ejemplos: frigoríficos, lavadoras, televisores, ordenadores… todas estas máquinas tienen la extinción sedimentada en los más profundo de su genética electrónica, a la espera del “clic” que ponga en marcha la cuenta atrás que lleve al cementerio los huesos metálicos de los artilugios manipulados. ¿Qué lugar ocupamos, los ciudadanos de a pie, en este entramado de engaños? Somos los damnificados, los perjudicados, los últimos monos; aquellos que trabajan para calmar la ambición desmedida de toda esta caterva de asaltacarteras.
Si hacemos un repaso de todos los mangantes que, bajo el auspicio de los gobiernos, nos tienen cogidos por los huevos, concluiremos que, en realidad, en vez de ciudadanos somos súbditos, vasallos. Decía Bukowski, símbolo de la literatura independiente, que la diferencia entre una democracia y una dictadura residía en que en la democracia podías votar antes de obedecer las órdenes. Y así es, somos ciudadanos obedientes que nos tragamos todos los sapos que nos mandan tragar. Si sube el barril de petróleo, sube el combustible; pero si baja, el precio del combustible se mantiene. La luz, todo un clásico, sigue subiendo sin medida; en septiembre pasado el recibo de la luz se encareció el 11% de una tacada; latrocinio en estado puro con patrocinio gubernamental. El gobierno sale al paso del escándalo de las eléctricas, y mantiene, o eso dice, congelada la luz para contener su espectacular subida. Lo que no dice el gobierno es que para compensar a favor de las eléctricas ha subido el mínimo, por tanto todo queda igual o peor pues cuando la luz empiece a subir de nuevo, en breve, el mínimo no bajará; eso sería compensar a favor del consumidor, lo que no entra en los planes de los usureros. Así con todo. En esta sociedad que hemos (han) creado siempre gana la banca, y los gobiernos, elegidos por el pueblo llano, velan porque así sea. Pero en realidad somos nosotros, el pueblo llano, el que tiene la sartén por el mango, pero no lo sabemos o preferimos ignorarlo. Pero así es, sin duda. Si no compras pisos, se hunden las constructoras; si no cambias de coche hasta que tu utilitario se caiga a trozos, se hunden los grandes magnates del automóvil; si utilizas el coche lo menos posible, se hunden las petroleras… en realidad los ciudadanos podemos cambiar el rumbo de los acontecimientos e incluso, como ha pasado en países islámicos, expulsar gobiernos.
También se necesita una revolución en occidente, pero no como las del mundo islámico, sino una rebelión contra la actual arquitectura económica occidental que ponga contra las cuerdas a todos estos adoradores del dinero que, pertrechados de sus argucias legales a medida, mantienen a la población produciendo para ellos. Pero la revolución en occidente está lejos, bien lo saben los gobiernos occidentales, dado que las familias están controladas a través de las hipotecas, de las letras del coche, de la angustia por llegar a final de mes y, sobre todo, por sacar adelante a los hijos. Esta realidad social maniata, para tranquilidad de los gerifaltes, a la población. El 15M, sin embargo, fue (es todavía) un rayo de esperanza, inesperado por su calado nacional e internacional. Si una revolución social pacífica de las dimensiones de los indignados del 15 de mayo, no produce cambios estructurales significativos en el entramado socio-político y económico del país, podremos decir, sin temor a equivocarnos, que los usureros se harán más usureros, que los corruptos serán más corruptos, que las injusticias sociales arraigarán como la mala hierba… No dejemos que los poderes fácticos y sus acólitos panaguados nos tengan oprimidos. Por muy larga que sea la tormenta (Khalil Gibran, escritor libanés), el sol siempre vuelve a brillar entre las nubes.
En el hangar de una estación de bomberos (la número 6), de Livermore, ciudad situada en el condado de Alameda en California, una bombilla lleva funcionando, ininterrumpidamente, durante ciento diez años (desde 1901). Una bombilla de filamento, de las que se producen –o producían– en serie, aguanta encendida entre 30 y 80 días. Si comparamos ochenta días con ciento diez años, queda claro que el abuso de los fabricantes de bombillas ha sido (es) de proporciones colosales. Podemos encontrar otros ejemplos: frigoríficos, lavadoras, televisores, ordenadores… todas estas máquinas tienen la extinción sedimentada en los más profundo de su genética electrónica, a la espera del “clic” que ponga en marcha la cuenta atrás que lleve al cementerio los huesos metálicos de los artilugios manipulados. ¿Qué lugar ocupamos, los ciudadanos de a pie, en este entramado de engaños? Somos los damnificados, los perjudicados, los últimos monos; aquellos que trabajan para calmar la ambición desmedida de toda esta caterva de asaltacarteras.
Si hacemos un repaso de todos los mangantes que, bajo el auspicio de los gobiernos, nos tienen cogidos por los huevos, concluiremos que, en realidad, en vez de ciudadanos somos súbditos, vasallos. Decía Bukowski, símbolo de la literatura independiente, que la diferencia entre una democracia y una dictadura residía en que en la democracia podías votar antes de obedecer las órdenes. Y así es, somos ciudadanos obedientes que nos tragamos todos los sapos que nos mandan tragar. Si sube el barril de petróleo, sube el combustible; pero si baja, el precio del combustible se mantiene. La luz, todo un clásico, sigue subiendo sin medida; en septiembre pasado el recibo de la luz se encareció el 11% de una tacada; latrocinio en estado puro con patrocinio gubernamental. El gobierno sale al paso del escándalo de las eléctricas, y mantiene, o eso dice, congelada la luz para contener su espectacular subida. Lo que no dice el gobierno es que para compensar a favor de las eléctricas ha subido el mínimo, por tanto todo queda igual o peor pues cuando la luz empiece a subir de nuevo, en breve, el mínimo no bajará; eso sería compensar a favor del consumidor, lo que no entra en los planes de los usureros. Así con todo. En esta sociedad que hemos (han) creado siempre gana la banca, y los gobiernos, elegidos por el pueblo llano, velan porque así sea. Pero en realidad somos nosotros, el pueblo llano, el que tiene la sartén por el mango, pero no lo sabemos o preferimos ignorarlo. Pero así es, sin duda. Si no compras pisos, se hunden las constructoras; si no cambias de coche hasta que tu utilitario se caiga a trozos, se hunden los grandes magnates del automóvil; si utilizas el coche lo menos posible, se hunden las petroleras… en realidad los ciudadanos podemos cambiar el rumbo de los acontecimientos e incluso, como ha pasado en países islámicos, expulsar gobiernos.
También se necesita una revolución en occidente, pero no como las del mundo islámico, sino una rebelión contra la actual arquitectura económica occidental que ponga contra las cuerdas a todos estos adoradores del dinero que, pertrechados de sus argucias legales a medida, mantienen a la población produciendo para ellos. Pero la revolución en occidente está lejos, bien lo saben los gobiernos occidentales, dado que las familias están controladas a través de las hipotecas, de las letras del coche, de la angustia por llegar a final de mes y, sobre todo, por sacar adelante a los hijos. Esta realidad social maniata, para tranquilidad de los gerifaltes, a la población. El 15M, sin embargo, fue (es todavía) un rayo de esperanza, inesperado por su calado nacional e internacional. Si una revolución social pacífica de las dimensiones de los indignados del 15 de mayo, no produce cambios estructurales significativos en el entramado socio-político y económico del país, podremos decir, sin temor a equivocarnos, que los usureros se harán más usureros, que los corruptos serán más corruptos, que las injusticias sociales arraigarán como la mala hierba… No dejemos que los poderes fácticos y sus acólitos panaguados nos tengan oprimidos. Por muy larga que sea la tormenta (Khalil Gibran, escritor libanés), el sol siempre vuelve a brillar entre las nubes.
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