Alfredo Aranda Platero
10/12/2020
La Lomloe nace, como viene siendo tradición en lo referente a las leyes educativas, sin consenso. Será la octava ley, que dará paso a la novena en el momento que cambie el signo político del gobierno de turno. Una triste realidad que se perpetuará, me temo, por los siglos de los siglos.
Sé que muchos no se han leído el Proyecto de Ley Orgánica, ni se lo leerán; pero aun así lo atacan o lo defienden con argumentos prestados obtenidos en redes sociales o en titulares de prensa, según la afinidad ideológica que compartan emisor y receptor. Sería deseable que cada cual sacara sus propias conclusiones después de leer el texto del proyecto, antes de asumir como propios los argumentos de otros.
Todas las leyes de educación que se han aprobado en los últimos 40 años tenían las impurezas propias de la ceguera ideológica, lo que es inevitable; sin embargo, confundir el sedimento ideológico con cuestiones de justicia social desacredita las opiniones de quien sólo pretende falsear y confundir.
Deshojemos la margarita de los aspectos más polémicos de la Lomloe. Me gusta que se impida a la concertada cobrar por los servicios que ya están pagados con subvenciones públicas; no me gusta el MIR docente, porque ya existe y se llama interinidad; me gusta que la religión deje ser evaluable, porque es una “asignatura” que tiene que ver con la fe y que no debería tener cabida en el currículo; no me gusta que no incluya la ética en 4º de la ESO porque es necesaria para la formación integral del alumno; me gusta que los centros ordinarios puedan tener recursos para poder escolarizar a niños con necesidades educativas si los padres así lo quieren, lo que en absoluto significa que los centros de educación especial desaparezcan, es más deben seguir siendo una opción importante; no me gusta que se utilice la lengua española como moneda de cambio, pese a que la palabra “vehicular” que ahora desaparece del Proyecto de Ley no consiguió en su momento que en Cataluña, por ejemplo, se apreciase el castellano al mismo nivel que el catalán.
De entre todos los aspectos polémicos hay dos que hacen que la imperfecta LOMLOE sea mejor que otras leyes: el tratamiento que hace de la enseñanza concertada y de la religión.
En cuanto a la educación concertada la Lomloe no limita la libertad de los padres para elegir, sino la de los centros concertados que siempre han establecidos métodos para filtrar al alumnado que quieren. Por eso se pretende suprimir las cuotas obligatorias, las donaciones “voluntarias” y cualquier otra forma de financiación subterránea; para que así los niños con pocos recursos puedan tener acceso a los centros concertados(lo que les duele, me temo, a la educación concertada es que se limita su negocio).También se impide la segregación por sexos que es una forma despreciable de discriminación.
En lo tocante a la religión esta no desaparece, pero deja de ser evaluable por lo que no contará para la media final ni para conseguir becas, lo que es lógico porque la religión no es una verdadera asignatura, es una actividad formativa complementaria. El proceso natural sería que la Historia de la Religiones sustituyera a la “asignatura” de religión.
Capítulo aparte merece el asunto del castellano. La Lomloe elimina del texto “el castellano es lengua vehicular de la enseñanza en todo el Estado[…]” y añade que “Las Administraciones educativas garantizarán el derecho de los alumnos y las alumnas a recibir enseñanzas en castellano […]”. Y agrega además: “Al finalizar la educación básica, todos los alumnos y alumnas deberán alcanzar el dominio pleno y equivalente en la lengua castellana y, en su caso, en la lengua cooficial correspondiente”. ¿Este cambio favorecerá o perjudicará la enseñanza del castellano en las comunidades con lengua cooficial? No lo sabemos, es probable que no suponga cambio alguno, lo que sí sabemos es que la ley Wert no impidió que la lengua vehicular en Cataluña fuera el catalán.
En definitiva, la LOMLOE sin ser la Ley que a mí me gustaría, es mejor que otras leyes de educación precedentes; pero nace, como todas, con su propia kryptonita: la falta de consenso.
Vicepresidente de PIDE
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