viernes, 9 de diciembre de 2016

"Deberes escolares: epicentro del maximalismo" por Alfredo Aranda (vicepresidente del Sindicato PIDE). Publicado en eldiario.es

La racionalización de los deberes para que no supongan un tiempo excesivo al alumno y que, además, sean de calidad para que no se conviertan en una simple repetición de ejercicios o copia indiscriminada de enunciados es, según mi criterio, la opción más sensata. Desde determinados colectivos se nos acusa, con persistencia, a  los que defendemos estos planteamientos, de estar mediatizados por una pedagogía añeja y de argumentos pobres cuando no falaces. Considero que este posicionamiento de ataque entorpece el diálogo.
Estoy plenamente de acuerdo con los que piensan que el diálogo es el instrumento con el que debe contar la comunidad educativa para llegar a un entendimiento en el tema de los deberes, y en cualquier otro que tenga que ver con la educación.
El diálogo ya está abierto y ha llegado al ámbito de Consejo Escolar de Extremadura. Se ha creado, bajo el auspicio del Consejo Escolar, una Comisión que se encargará de analizar el delicado asunto de los deberes. Al informe que nazca de los trabajos de dicha Comisión, se le sumará el resultado de la encuesta sobre los deberes que se enviará a alumnos, padres y profesores. Es de mucho interés el resultado final de la Comisión de trabajo y, particularmente, lo referido a lo que piensa la comunidad educativa de los deberes, cosa que podremos saber una vez que se analicen los resultados de las encuestas que, a tal efecto, se enviará a los centros.
¿Tienen los deberes valor educativo? Es la gran pregunta. La respuesta sería, pienso, como en tantos otros asuntos, depende. Los deberes no deben matar la creatividad del alumno, la deben fomentar, y es ahí donde los docentes deberían incidir: mejor calidad que cantidad. Por tanto no tendrían valor educativo si suponen una simple repetición eterna de ejercicios, y sí lo tendrían si son deberes constructivos.
He leído artículos que con una habilidad destacable hacen una reflexión, entre filosófica y pedagógica y trufada, por añadidura, de idealismo, sobre el maravilloso mundo de la sociedad sin deberes, pero que finalmente piden una racionalización de los mismos y no su abolición. Es lo que, particularmente, llevo diciendo hace meses en diferentes foros de debate: racionalizar los deberes para adaptarlos a la edad del niño y que, por tanto, no supongan ningún agobio innecesario para el discente.
El informe PISA quedó claro, en su momento, que los niños que realizan tareas en casa sacan mejores notas, sin embargo también decía que hacer más deberes no implicaba mayor rendimiento académico. Lo que nos lleva, de nuevo, al concepto mágico: racionalización. El referido informe también ponía énfasis en evitar que los deberes aumentaran las desigualdades. Podemos concluir que PISA reconoce los deberes como necesarios, siempre y cuando no sean excesivos y no aumenten las desigualdades (facilitar, por ejemplo, que niños de familias desestructuradas puedan acceder a espacios para hacer sus tareas con garantías y apoyo).
Un estudio de la OCDE de 2014 (en “Quartz”, portal periodístico, se analiza dicho estudio) demostraba que en adolescentes de 15 años los deberes eran positivos para los resultados en el apartado matemático, sin embargo tenía mayor incidencia en los resultados la relación estudiante-profesor, las tutorías personalizadas o el propio sistema educativo de cada nación (ahí es nada). De  este análisis podemos concluir que la necesidad de deberes no es la misma en todas las materias y que, además, hay otras variables que influyen en los resultados. Que un profesor, por ejemplo, de filosofía organice sus clases de tal manera que no le sea necesario mandar deberes para casa, ¿significa que un docente de matemáticas pueda hacer lo mismo? Las materias son diferentes y, por tanto, también las necesidades. La forma de organizar las clases no solo influye en los deberes, sino que también depende de muchos factores; entre ellos el número de alumnos por aula y la implicación de los mismos y de sus familias. La cuestión es compleja y hay muchas variables implicadas. Por tanto, estimo, que pretender acabar con los males del sistema eliminando los deberes es, cuando menos, una concepción simplista de la realidad educativa.
Puedo estar de acuerdo con que, como he leído hace pocos días, “el interés es el que crea los hábitos (de estudio) y no los hábitos los que crean el interés”; como frase lapidaria no tiene desperdicio. Ahora bien, si el niño no tiene interés por el hábito de ir a la escuela ¿se queda en casa? ¿O el único interés que preocupa es el relacionado con los deberes? El tema que nos ocupa no es tan simple como una frase afortunada pueda dar a entender, por tanto sería deseable dejar a un lado las posiciones maximalistas para avanzar en el diálogo.
Es importante tener presente el contexto en el que nos movemos. En España las ratios son superiores a otros países, la inversión educativa es de las más bajas del entorno europeo y el respecto al profesor no pasa por su mejor momento (todos sabemos de las continuas disrupciones en las aulas, tristemente cada vez más habituales). Esta realidad dificulta extraordinariamente, cuando no imposibilita, la individualización de la enseñanza y esa imposibilidad tiene mucho que ver con los deberes. Por tanto el debate debería ir más allá del “sí o no” a los deberes; lo que necesitamos, en realidad, es un análisis del todo y no de una parte, porque de lo contrario nos podemos encontrar con que no solucionamos nada.

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