Ya lo decía Cervantes «Las comparaciones (.) son siempre
odiosas y mal recibidas», y aún más cuando se hacen desde la demagogia y
el oportunismo político. Aparte de eso, son perjudiciales. Aunque por
otro lado puedo llegar a entender que sean inevitables y en ocasiones
necesarias. El continuo estado de comparación al que se somete el
sistema educativo español frente al finlandés ha llegado a una situación
tan ridícula como absurda. Su uso constante no deja de sonar como un
recurso fácil y manipulativo, utilizado como punta de lanza por los
grandes desconocedores de la realidad educativa española. ¿Qué tendrá
que ver nuestra forma de vida con la finlandesa?
¿Realmente necesitamos mirar a Finlandia para resolver
nuestros problemas? ¿Acaso la solución de nuestros problemas se
encuentra en manos de los finlandeses? Dudar de nuestra capacidad es un
insulto a nuestra inteligencia. ¿Acaso no hay, ni ha habido, grandes
pedagogos en España? ¿Acaso no hay gente que no deja de aportar ideas y
proponer soluciones? ¡Mirémonos a nosotros mismos y busquémoslas!
En Finlandia tampoco lo hacen del todo bien, o por lo menos
hay datos que chirrían. Sí, según las estadísticas es uno de los países
donde reina la felicidad, pero su alta tasa de suicidio, su alta tasa de
alcoholismo, su alta tasa de violencia de género, de acoso escolar.
(todas ellas superiores a las españolas) no son acordes a su espléndida
educación.
No dudo que el sistema educativo finlandés sea uno de los
mejores, pero hay que ir más allá de las comparaciones. Se le debe
considerar como un referente más del sistema educativo mundial pero sin
dejar de olvidar que sus estadísticas son erróneamente utilizadas en un
nivel educativo cuando en realidad pertenecen al nivel instructivo.
Al leer sobre las bondades del sistema educativo finlandés
comparado con el nuestro, me surgen cientos de dudas y lo peor de todo
es que muchas de ellas ni siquiera se ponen encima de la mesa para
debatirlas: ¿Cuál es el número de alumnos por aula? ¿Cuántas horas
diarias duerme un niño? ¿A qué dedican su tiempo libre? ¿Disponen los
alumnos de los materiales que necesitan? ¿Quién los paga? ¿Qué
implicación tienen los padres? ¿Cuál es su nivel cultural? ¿Realizan los
profesores trabajo burocrático? ¿Qué estabilidad laboral tiene el
profesorado? ¿Se le permite conciliar su vida laboral y familiar? ¿Qué
porcentaje de niños acude al colegio sin apenas desayunar? Y más aún
¿Por qué en esas comparaciones no se habla de los derroches económicos
como el de la educación concertada? ¡Qué miren en Finlandia el
porcentaje de conciertos educativos! ¿O la paranoia plurilingüística?
¿Por qué nadie habla de un gasto innecesario en religión, de un acuerdo
caduco que lastra nuestra escuela supuestamente laica? ¿Cuántas leyes de
educación han existido en los últimos cincuenta años? ¿Qué nivel de
politización tiene el sistema educativo?... Y todo eso y mucho más sin
entrar en aspectos climatológicos.
Encontrar las soluciones a nuestros males educativos raya la
utopía, pero desde luego en Finlandia no están. Y si existen en algún
sitio, están aquí. Hay que escuchar a los expertos, estudiar sus
propuestas, hay que mirar a otros países líderes en educación, no sólo a
los finlandeses. Debemos alejarnos de los pedagogos mediáticos con
aspiraciones políticas que se inclinan por lo que el gobierno del
momento quiere imponer. Hay que analizar las características internas
del sistema, minimizar nuestras debilidades, potenciar nuestras
fortalezas, prevenir nuestras amenazas y aprovechar nuestras
oportunidades.
Cuatro de los factores esenciales de la educación (alumnado,
profesorado, padres y Estado) deben aceptar sus roles, evitar
inmiscuirse uno en el otro, reconocer y respetar sus márgenes de
actuación. Es penoso ver cómo el Estado no ceja en su empeño de
manipular el sistema educativo, siendo este uno de nuestros mayores
males. Es triste ver cómo parte de los padres fomentan campañas contra
los criterios del profesorado. Es desesperante ver cómo parte del
alumnado no acepta que estudiar significa un esfuerzo constante. Y es
sorprendente ver cómo parte del profesorado pretende dedicarse a esto
sin una formación adaptada a los tiempos.
Los males de nuestro sistema son muchos, pero no me cabe la
menor duda de que mirar tanto a este país, tomarlo como único modelo a
seguir, no nos traerá la solución definitiva. Las comparaciones se hacen
y se siguen haciendo constantemente, pero comparar la educación de
países tan dispares en cultura, costumbres, clima, política, sociedad.
no tiene, en mi humilde opinión, sentido alguno.
Una reflexión muy acertada. Comparto contigo todo lo que dices y añadiría algo más. Los docentes somos los que estamos a pie de calle, en la trinchera todos los días, y somos los primeros que detectamos los errores del sistema, sus imperfecciones y nos atrevemos desde la humildad y con nuestras herramientas a tratar de solucionarlas. Es una lástima que seamos los últimos a los que se les pida consejo u opinión sobre las cosas a mejorar de nuestro sistema educativo actual. Seguiremos luchando
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