miércoles, 11 de septiembre de 2024

CONTRA VIENTO Y MAREA (Alfredo Aranda Platero, Vicepresidente del Sindicato PIDE)

 

El Sindicato PIDE, en realidad, ha existido siempre; desde el principio de los tiempos. PIDE representa la defensa de la educación pública, la lucha sincera no subvencionada, la independencia ideológica que te libera de pleitesías. PIDE ha existido siempre, solo que se materializó como ente físico, como organización, en 1999 para defender y servir a los docentes de la Educación Pública.

PIDE ganó las elecciones sindicales el pasado día 1 de diciembre de 2022, convirtiéndose, nuevamente, en el sindicato mayoritario. Pero para llegar hasta aquí hemos tenido que sortear todo tipo de obstáculos que la Administración, independientemente de su signo político, y los sindicatos tradicionales nos pusieron en el camino (y nos seguirán poniendo, sin duda alguna). Hemos tenido que avanzar, contra viento y marea, sin dar un paso atrás.

 Nos han criticado duramente, vilipendiado, maltratado, han intentado desprestigiarnos, echarnos ilegalmente de los foros de negociación donde los votos de los docentes nos llevaron..., pero en la era de la información les ha sido imposible cumplir con su retorcido objetivo. Bien traída estaría para describir esta situación aquella expresión que dice: «Ladran, Sancho, señal que cabalgamos». Y han ladrado mucho. Han ladrado cuando PIDE defendía, y lo hará siempre, la Educación Pública en las Comisiones de Escolarización, en el Consejo Escolar de Extremadura, en las Mesas Técnicas y Sectoriales y en todos los foros en los que estamos presentes. Han ladrado cuando demandamos a la Consejería de Educación por cerrar el CEIP Juan XXIII de Mérida, sin tocar, siquiera, los conciertos de los tres centros privados colindantes. Han gruñido cuando no les ha salido bien intentar que los muchos logros judiciales de PIDE sean ninguneados. Se han revuelto en sus asientos, incómodos y molestos, cuando hemos peleado para que los docentes extremeños recuperen el poder adquisitivo perdido en la última década. Han gritado, y se han alborotado sobremanera, cuando hemos pedido el cierre de los conciertos educativos innecesarios porque la red de centros públicos actualmente puede asumir las necesidades de escolarización sin necesidad de conciertos. Han vociferado cuando hemos pedido, y seguiremos pidiendo, que la religión salga fuera de las aulas y se imparta en edificios de la iglesia. Ladran, ladran y ladran. Por tanto, cabalgamos, cabalgamos y cabalgamos.

 

Los docentes han advertido, sin ningún género de dudas, que PIDE es el único sindicato que defiende la Educación Pública con la determinación necesaria para no dejarse amedrentar por aquellos que quieren destruirla. Y no son pocos los que pretenden dañarla. Unos, los que se dicen independientes, ungidos por el mandato divino de proteger todo lo que suena a religión y a conciertos educativos; otros, los que se erigen en defensores de los trabajadores y los obreros, encapsulados en una realidad en la que han quedado atrapados: los beneficios que obtienen en contraprestación a su docilidad sindical.

Mientras que los sindicatos tradicionales y el poder político se encamen cada día, enredados en intereses comunes inconfesables, el trabajador, el ciudadano, será para ellos, simplemente, un holograma que se disuelve con apenas un soplido.

Es descorazonador para mí, que soy un ferviente defensor del sindicalismo puro, libre, aquel que debe ser un instrumento del trabajador para la defensa de sus intereses, tener que ver la deriva en la que han caído los sindicatos tradicionales. Han pasado de ser el azote de los gobiernos a entregarles el látigo, como si se tratase de una ofrenda con la que claudican ante el amo.

 

 Durante muchos años el poder político cortejó a los sindicatos tradicionales; pero estos, al principio, se mantuvieron firmes. Sin embargo, no tardaron en sucumbir a la dote generosa de edificios regalados, subvenciones millonarias de las que disponen a discreción, la cesión subvencionada de cientos de cursos de formación, así como importantes parcelas de poder e influencia. Con semejante dispendio los sindicatos tradicionales cedieron al cortejo, aceptaron la dote y se institucionalizaron. Se convirtieron en «meretrices» del Estado. A partir de ese momento, los sindicatos tradicionales dejaron de ser sindicatos y se convirtieron en organizaciones, en el sentido menos condescendiente de la palabra. Lo que pasó después es del común conocimiento de la ciudadanía, transmitámoslo a las generaciones venideras para que no caiga en el olvido.