Hace ya algunos años, cuando en Extremadura no existía
el número de institutos que hoy se distribuyen por todo el territorio,
tuve que, por circunstancias de la vida o quizá de falta de oportunidades,
emigrar a otra región para estudiar en un internado a cerca de
600 kilómetros de mi pueblo natal. Los extremeños de Las
Hurdes, de la Sierra de Gata y de otras zonas que allí hicimos
piña, siempre soñábamos con volver a nuestra tierra
para poder contribuir a su desarrollo y progreso.
Siempre recordaré con cariño y como una enseñanza
suprema las palabras de mi padre, un albañil sin estudios, quien
al despedirse de mí cuando tomaba el tren de vuelta camino de
Extremadura, y tras fundirnos en un abrazo me dijo "ya sabes lo
que te espera en el pueblo, así es que aplica el cuento y estudia
con todas tus fuerzas". Afortunadamente, después de cerca
de nueve años fuera de Extremadura, conseguí, al igual
que la amplia mayoría de mis compañeros, regresar con
una titulación universitaria debajo del brazo.
Cuando leo las estadísticas que ciertos estudios nos ofrecen
sobre el fracaso escolar, la falta de motivación y el abandono
en la ESO, no puedo por menos que sorprenderme e intentar reflexionar,
eso sí a mi modo, y sin datos estadísticos o estudios
sociológicos que avalen mi opinión, acerca de tan particular
situación.
Resulta que hoy día, cuando tenemos la suerte de vivir en una
región ejemplar en muchos aspectos, en la que la oferta educativa
es amplia y diversa, en la que el incremento de infraestructuras para
la educación ha sido considerable en los últimos 20 años
y donde se han realizado importantes avances tecnológicos, aún
no hemos sido capaces de paliar problemas tan preocupantes como los
anteriormente apuntados. Eso sí, la culpa nunca la tenemos las
personas, o mejor dicho, no somos lo suficientemente valientes para
reconocer que quizá nos ocupamos demasiado de las leyes, de si
una reforma es buena o mala, de echarle la culpa al Gobierno y de mirar
para otro lado cuando el asunto nos toca de cerca. Si los padres de
hoy día tuviesen el acierto --en el contexto de la sociedad actual--
de trasmitir a sus hijos la sabiduría que algunos padres consiguieron
impregnar en sus hijos en generaciones pasadas, otro gallo nos cantaría.
Si en vez de juzgar al profesorado y de maldecir las leyes y preceptos
democráticamente establecidos, nos preocupásemos un poco
más de la educación en valores en el seno familiar, de
tomarnos en serio esto de dirigir y revisar el proceso formativo y educativo
de nuestros hijos --desde la responsabilidad y desde la lucha continua--
es posible que hayamos sido lo suficientemente inteligentes como para
dejarles la mejor herencia posible. felipe.sanchez@barbaextremadura.es
*Técnico en Desarrollo Rural
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