El hábito, malsano, de perjudicar al más débil que la Administración, siempre que puede, pone en práctica, lo volvemos a ver este año con la adjudicación del colectivo de interinos docentes que se llevó a cabo el 29 de julio. El colectivo de interinos, la mayor parte, ya sabe su destino para el curso próximo, pero, sin embargo, la incorporación no se producirá hasta el 9 de septiembre (o el 3 de octubre en el caso de los programas). Poco importa que meses atrás, el 27 de mayo, se aprobara el calendario escolar (cuyos pormenores fueron objeto de negociación) donde quedaba meridianamente claro que todos los docentes se incorporarían el día 1 de septiembre.
Con esta actitud los responsables máximos de la consejería demuestran poca aptitud. Todos los docentes, de los que habla la resolución, son «todos» y de ese «todos» no se puede quitar al colectivo de interinos, de otra forma la Administración estaría contraviniendo su propia resolución y, de paso, discriminando de forma clara, y consciente, a un colectivo que debe participar desde el principio en las actividades de organización y planificación. ¿Acaso los profesores de la concertada, que reciben su sueldo con dinero público, se incorporan el 9 de septiembre? No, ¿verdad? Una prueba más que demuestra que la Administración tiende a desnortarse con cierta facilidad, y, con ello, provoca un perjuicio injustificable al sistema público de enseñanza.
Soy consciente de que la Administración educativa no va a mover ni un músculo para deshacer este agravio (eso sería reconocer que se han equivocado y los haría humanos), y dejará que la polémica se pudra y que el tupido velo del tiempo cubra con el olvido esta insensata decisión de entorpecer el inicio del curso.
Los actuales dirigentes de la Consejería pretenden, o eso dicen, entronizar la excelencia educativa como piedra angular de su proyecto. Cosa que también pregonaban los anteriores regentes autonómicos de lo educativo. Pero todo se queda en palabras, en buenas intenciones. No dudo que la consejera de Educación y su secretario General, en sus ensoñaciones románticas, con respecto a la educación, se entiende, fantaseen con un sistema educativo perfecto, donde ningún alumno estropee las clases y todos se esfuercen, donde los profesores se empleen por encima del cien por cien de sus posibilidades, donde haya recursos ilimitados, donde siempre perdure la primavera. Pero la realidad es otra, hay mucho por hacer, queda todo por hacer, y lo que menos necesita el sistema educativo es la dañina desinversión que con tanta solemnidad los políticos justifican, en sus declaraciones a la prensa, con la «jerga política» habitual que lo mismo vale para explicar un recorte, como para felicitar la Navidad. Es urgente que los que dirigen el devenir de la educación en Extremadura bajen de las nubes, y con los pies en la tierra, empiecen a tomar decisiones de altura, maduras y justas, basadas en criterios de calidad. La inversión es, en este contexto, el principio activo que curará los males del sistema.
El hecho de que los interinos, tres mil con la adjudicación bajo el brazo, no empiecen su actividad el 1 de septiembre es una prueba más de los derroteros por donde transita la educación pública: la desinversión, el enemigo número uno del sistema educativo público. Es incomprensible que, por una parte, la Consejería haga un esfuerzo (aún insuficiente) por recuperar, poco a poco, la plantilla que se perdió con el anterior ejecutivo y, por otra, se evite que el 20% de la plantilla esté en su centro el primer día de septiembre.
Hay que invertir en educación pública y mantener, y aumentar, esa inversión en el tiempo. De lo contrario no avanzaremos, y con sobrevivir tendremos bastante. Porque cada día que pasa, por falta de interés de la Administración, la educación pública se consume (por muchos parches que se le pongan) y se condena a sus principales actores a caer en el desencanto, tan fértil siempre por estas tierras. Los docentes que tenemos en Extremadura son buenos, pero eso no es suficiente; necesitan que la Administración educativa esté a la altura.
Quiero pensar, y termino ya, que, como decía José Ortega y Gasset: «La mayor parte de los hombres tiene una capacidad intelectual muy superior al ejercicio que hacen de ella». Espero que aquellos que dirigen los designios de la educación se den cuenta, a tiempo, de que tienen en su mano el futuro de las próximas generaciones.