La racionalización de los deberes
para que no supongan un tiempo excesivo al alumno y que, además, sean de
calidad para que no se conviertan en una simple repetición de
ejercicios o copia indiscriminada de enunciados es, según mi criterio,
la opción más sensata. Desde determinados colectivos se nos acusa, con
persistencia, a los que defendemos estos planteamientos, de estar
mediatizados por una pedagogía añeja y de argumentos pobres cuando no
falaces. Considero que este posicionamiento de ataque entorpece el
diálogo.
Estoy plenamente de acuerdo con los que
piensan que el diálogo es el instrumento con el que debe contar la
comunidad educativa para llegar a un entendimiento en el tema de los
deberes, y en cualquier otro que tenga que ver con la educación.
El diálogo ya está abierto y ha llegado al ámbito de
Consejo Escolar de Extremadura. Se ha creado, bajo el auspicio del
Consejo Escolar, una Comisión que se encargará de analizar el delicado
asunto de los deberes. Al informe que nazca de los trabajos de dicha
Comisión, se le sumará el resultado de la encuesta sobre los deberes que
se enviará a alumnos, padres y profesores. Es de mucho interés el
resultado final de la Comisión de trabajo y, particularmente, lo
referido a lo que piensa la comunidad educativa de los deberes, cosa que
podremos saber una vez que se analicen los resultados de las encuestas
que, a tal efecto, se enviará a los centros.
¿Tienen
los deberes valor educativo? Es la gran pregunta. La respuesta sería,
pienso, como en tantos otros asuntos, depende. Los deberes no deben
matar la creatividad del alumno, la deben fomentar, y es ahí donde los
docentes deberían incidir: mejor calidad que cantidad. Por tanto no
tendrían valor educativo si suponen una simple repetición eterna de
ejercicios, y sí lo tendrían si son deberes constructivos.
He leído artículos que con una habilidad destacable hacen una
reflexión, entre filosófica y pedagógica y trufada, por añadidura, de
idealismo, sobre el maravilloso mundo de la sociedad sin deberes, pero
que finalmente piden una racionalización de los mismos y no su
abolición. Es lo que, particularmente, llevo diciendo hace meses en
diferentes foros de debate: racionalizar los deberes para adaptarlos a
la edad del niño y que, por tanto, no supongan ningún agobio innecesario
para el discente.
El informe PISA quedó claro, en su
momento, que los niños que realizan tareas en casa sacan mejores notas,
sin embargo también decía que hacer más deberes no implicaba mayor
rendimiento académico. Lo que nos lleva, de nuevo, al concepto mágico:
racionalización. El referido informe también ponía énfasis en evitar que
los deberes aumentaran las desigualdades. Podemos concluir que PISA
reconoce los deberes como necesarios, siempre y cuando no sean excesivos
y no aumenten las desigualdades (facilitar, por ejemplo, que niños de
familias desestructuradas puedan acceder a espacios para hacer sus
tareas con garantías y apoyo).
Un estudio de la OCDE
de 2014 (en “Quartz”, portal periodístico, se analiza dicho estudio)
demostraba que en adolescentes de 15 años los deberes eran positivos
para los resultados en el apartado matemático, sin embargo tenía mayor
incidencia en los resultados la relación estudiante-profesor, las
tutorías personalizadas o el propio sistema educativo de cada nación
(ahí es nada). De este análisis podemos concluir que la necesidad de
deberes no es la misma en todas las materias y que, además, hay otras
variables que influyen en los resultados. Que un profesor, por ejemplo,
de filosofía organice sus clases de tal manera que no le sea necesario
mandar deberes para casa, ¿significa que un docente de matemáticas pueda
hacer lo mismo? Las materias son diferentes y, por tanto, también las
necesidades. La forma de organizar las clases no solo influye en los
deberes, sino que también depende de muchos factores; entre ellos el
número de alumnos por aula y la implicación de los mismos y de sus
familias. La cuestión es compleja y hay muchas variables implicadas. Por
tanto, estimo, que pretender acabar con los males del sistema
eliminando los deberes es, cuando menos, una concepción simplista de la
realidad educativa.
Puedo estar de acuerdo con que,
como he leído hace pocos días, “el interés es el que crea los hábitos
(de estudio) y no los hábitos los que crean el interés”; como frase
lapidaria no tiene desperdicio. Ahora bien, si el niño no tiene interés
por el hábito de ir a la escuela ¿se queda en casa? ¿O el único interés
que preocupa es el relacionado con los deberes? El tema que nos ocupa no
es tan simple como una frase afortunada pueda dar a entender, por tanto
sería deseable dejar a un lado las posiciones maximalistas para avanzar
en el diálogo.
Es importante tener presente el
contexto en el que nos movemos. En España las ratios son superiores a
otros países, la inversión educativa es de las más bajas del entorno
europeo y el respecto al profesor no pasa por su mejor momento (todos
sabemos de las continuas disrupciones en las aulas, tristemente cada vez
más habituales). Esta realidad dificulta extraordinariamente, cuando no
imposibilita, la individualización de la enseñanza y esa imposibilidad
tiene mucho que ver con los deberes. Por tanto el debate debería ir más
allá del “sí o no” a los deberes; lo que necesitamos, en realidad, es un
análisis del todo y no de una parte, porque de lo contrario nos podemos
encontrar con que no solucionamos nada.