Mientras los docentes se afanan, tenaces, en la difícil tarea de esculpir en los alumnos una conciencia consciente de ciudadano libre y solidario, nos encontramos, siempre, con una Administración educativa que se conforma con que el sistema educativo público sea el hermano pobre; aquel que recibe las sobras presupuestarias o las limosnas de partidas finalistas europeas, como parches insuficientes que son la expresión clara del mayor de los abandonos.
La educación pública es el pilar fundamental de la sociedad, y su única esperanza, y los docentes son el vigoroso eslabón del que todo parte; sin embargo, a la hora de dotar económicamente tan importarte tarea, las autoridades educativas miran para otro lado.
La Administración manifiesta la imposibilidad económica de aplicar la reducción horaria para mayores de 56 años en Secundaria para el curso 2019-2020, igual que nos comunicó, en su día, la imposibilidad, por razone similares, de reducir las horas lectivas en infantil y primaria, o de ofrecer licencias por estudios remuneradas, o los anticipos reintegrables o los días de asuntos particulares a pesar de que no conllevan ningún gasto a la Administración. Jamás renunciaremos a estas mejoras necesarias –y a muchas otras– para ir completando el puzzle educativo al que aún le faltan muchas piezas por encajar.
A los docentes se les pide dedicación, esfuerzo, entusiasmo…, pero a cambio lo único que le ofrece son vacuas promesas apolilladas de estar siempre cautivas en el cajón de las promesas incumplidas; como ocurre, sin ir más lejos, con la carrera profesional docente de la que siempre hablan llenándose la boca, pero por la que nunca han mostrado un verdadero interés. Y los docentes de la pública, que muestran una sobresaliente capacidad para compensar con su trabajo las carencias del sistema, se sienten poco valorados por la Administración. La desconfianza que genera esta situación tiende a enquistarse y a provocar un creciente descreimiento en los gestores de lo público que, sin pudor alguno, demuestran, en muchas ocasiones, más preocupación por la enseñanza concertada e ideologizada que por la enseñanza pública y libre; lo que constituye, en sí mismo, una contradicción execrable y una demostración palmaria de que, en realidad, todas las ideologías están sometidas al mismo dueño.
La sociedad avanza porque la educación la empuja. Las sociedades cuyo sistema educativo es muy precario –o casi inexistente– están abocadas al fracaso como pueblo, como estado, como comunidad. El país que no cubre el presupuesto necesario para dotar al sistema educativo público de los recursos necesarios, está empobreciendo su presente y su futuro.
* Vicepresidente de PIDE
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