La educación pública es vulnerable
La educación pública es vulnerable. Vulnerable a los poderes fácticos que entienden la educación como un negocio. Vulnerable a las ideologías de las plegarias y de la exaltación. Vulnerable a los dirigentes políticos que traicionan sus principios y se venden a espurios intereses. Vulnerable a los que, desde la atalaya de sus ministerios y consejerías, desmantelan la enseñanza pública con deshonestos gestos autócratas que nos desvelan que los caudillos –y las caudillas– también existen en democracia. Vulnerable a las organizaciones sindicales que ondean sus pancartas por simple conveniencia y que, después, se esfuman mientras las fauces de afilados colmillos aún no ha terminado de engullir su presa. Vulnerable a una parte de la sociedad que ha olvidado, con ayuda de aquellos que mueven los hilos en la sombra, que sus hijos merecen una formación libre de adoctrinamientos.
La educación pública es vulnerable; pero su poder es inmenso e incomparable porque compensa desigualdades sociales, porque es universal, porque es laica, porque es de todos. La educación pública es un pilar sólido donde asentar a una sociedad libre, crítica, despojada de credos y supersticiones.
Es preciso que el gobierno de Extremadura se deshaga de las ataduras que lo mantienen encorsetado en una ambigüedad discursiva que lleva a que sus principios estén lastimosamente secuestrados. Y que defienda a la enseñanza pública y no la agreda como hace con dolorosa frecuencia, sacrificando centros públicos como ofrenda no sabemos a qué supremo poder o todopoderoso tótem. Y que no actúe como aquella madrileña endiosada, que con un falso misticismo en la mirada perdida en lontananza, como una ficticia virgen de pega, que no duraría ni un segundo en un trabajo donde tuviera que demostrar alguna destreza, destroza la educación pública madrileña bajo el sorprendente aplauso de muchos de los que sufren, en la propia carne de sus hijos, el quebranto, la pérdida de los más básicos derechos fundamentales.
En la comunidad madrileña se entreteje una urdimbre maquiavélica en la que la educación pública queda atrapada; y sin nocturnidad y con alevosía, van libando su jugo hasta secarla.
El gobierno extremeño debería mirar hacia la comunidad madrileña pero para hacer exactamente lo contrario; es decir, defender, con toda la fuerza de la razón, a la educación pública de sus enemigos, algunos de los cuales militan en sus propias filas.
En Extremadura se suprimen unidades y se cierran centros públicos, para así proteger los conciertos. Lo que demuestra el nulo compromiso de la consejera con la educación pública y, por ende, manifiesta con rotunda claridad que sus principios ideológicos no son los del partido que representa, porque jamás podrán germinar en el arenoso sustrato de un pensamiento cada vez más alejado de la vocación de servicio público; y que, ahora, tras las afrentas cometidas contra la educación de todos, muestra la verdadera naturaleza ideológica del ser que la habita, la savia deontológica hostil hacia la propia idiosincrasia del partido que la ampara y que le corre por las venas colonizándola por completo.
Es inexplicable que se condene a los alumnos del CEIP Juan XXIII, de Mérida, a la dispersión, a la diáspora, al exilio... Otra solución es posible, pero la consejera no escucha. Ya ha mordido a su presa y cuanto más quieres arrebatársela con más fuerza la muerde y no la soltará fácilmente, salvo que alguien con más poder que ella la detenga.
Alfredo Aranda Platero
Vicepresidente del Sindicato del Profesorado Extremeño
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